Cardenal Adalberto Martínez Flores, Arzobispo Metropolitano de la Santísima Asunción manifestó que el Laudate Deum está en consonancia y es una profundización de la carta encíclica Laudato Sí, concretamente sobre el cambio climático, y se publica 8 años después de esta, porque no se ha visto una adecuada atención y reacción al dramático diagnóstico que contiene la encíclica. “La consecuencia de la falta de reacción proporcional a la gravedad de la situación ha sido el avanzado deterioro de la Casa Común hasta el punto de casi no retorno”.
Señaló que el Santo Padre resalta: “con el paso del tiempo advierto que no tenemos reacciones suficientes mientras el mundo que nos acoge se va desmoronando y quizá acercándose a un punto de quiebre… y el cambio climático perjudicará las vidas y las familias de muchas personas…sentiremos sus efectos en los ámbitos de la salud, las fuentes de trabajo, el acceso a los recursos, la vivienda, las migraciones forzadas…Es un problema social que está íntimamente relacionado con la dignidad de la vida humana”.
Consideró que existe la imperiosa y grave situación que se vive por el cambio climático pretende ser negada, escondida, disimulada o relativizada por pequeños sectores de poder económico por la codicia de seguir explotando hasta el agotamiento los recursos naturales, que son limitados y escasos, afectando la vida de millones de seres humanos, sobre todo la vida de las personas y de los pueblos más vulnerables.
Frente a la consulta sobre cuáles son los principales desafíos de la comunidad mundial en la lucha contra el cambio climático, monseñor Martínez hizo especial énfasis en lo que Francisco exhorta con el Laudate Deum: “Urge una mirada más amplia sobre el progreso que preste atención a sus efectos destructivos para la Casa Común. Es una cuestión de responsabilidad ante la herencia que dejaremos a nuestro paso por este mundo”.
A su criterio, existe una necesidad de repensar, entre todos, la cuestión del poder humano, cuál es su sentido, cuáles son sus límites. “Nos convertimos en seres altamente peligrosos, capaces de poner en riesgo la vida de muchos seres y nuestra propia supervivencia. Hace falta lucidez y honestidad para reconocer a tiempo que nuestro poder y el progreso que generamos se vuelven contra nosotros mismos”.
En la agresión a la Casa Común no hay “daños menores” – prosigue – porque es la sumatoria de muchos daños que se consideran tolerables la que termina llevándonos a la grave situación en la que estamos.
Advirtió que lo que está detrás del daño a la Casa Común y de su destrucción es una manera de concebir la economía. La lógica del máximo beneficio con el menor costo, disfrazada de progreso y de promesas ilusorias, que vuelve imposible cualquier sincera preocupación por la Casa Común y cualquier inquietud por promover a los descartados de la sociedad… A veces los mismos pobres caen en el engaño de un mundo que no se construye para ellos.
Al ser consultado sobre cómo se relaciona la crisis climática con la responsabilidad individual y colectiva, subrayó que se trata de un problema humano y social y que la sociedad entera debe ejercer una sana presión sobre los poderes políticos y económicos, porque a cada familia le corresponde pensar que está en juego el futuro de sus hijos.
“En la propia conciencia, y ante el rostro de los hijos que pagarán el daño de sus acciones, aparece la pregunta por el sentido: ¿qué sentido tiene mi vida, qué sentido tiene mi paso por esta tierra, qué sentido tienen, en definitiva, mi trabajo y mi esfuerzo?”, cuestionó.
Para responder a la duda sobre el rol de la espiritualidad en la lucha contra esta crisis, referenció que el Santo Padre nos dice, que las motivaciones para el cuidado de la Casa Común brotan de la propia fe. “La fe auténtica no solo da fuerzas al corazón humano, sino que transforma la vida, transfigura los propios objetivos, ilumina la relación con los demás y los lazos con todo lo creado a la luz de la fe”.
Nos recuerda que Dios nos ha unido a todas sus criaturas, por lo que es necesario reconocer que la vida humana es incomprensible e insostenible sin las demás criaturas, porque todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde.
A la interrogante de cómo puede el Laudate Deum ser aplicado en los territorios y sobre todo en América Latina, Mons. Martínez respondió que es necesario que la Iglesia, en red y en alianza con otras organizaciones de fe y de la sociedad civil, encare acciones para poner freno a la ideología que subyace en el paradigma de la “tecnocracia”.
Dijo que en la encíclica Laudato Sí y en esta exhortación apostólica Laudate Deum, el Papa Francisco subraya de manera firme e insistente que el paradigma tecnocrático está detrás del proceso actual de degradación del ambiente. La “tecnocracia” consiste en pensar como si la realidad, el bien y la verdad sean resultados espontáneos del poder tecnológico y económico, que tiene como consecuencia la idea de un crecimiento infinito e ilimitado… sin tomar en cuenta que los recursos del planeta son limitados, se van agotando y pueden desaparecer.
“En nuestros días la tecnocracia avanza con la ‘inteligencia artificial’ y otras novedades tecnológicas, y trata de hacernos creer que el ser humano no tiene límites, y que tiene capacidades y posibilidades que pueden ser ampliadas hasta el infinito gracias a la tecnología…pero los recursos naturales que requiere la tecnología son limitados”, alertó.
A su entender, la ideología que está detrás de este paradigma es acrecentar el poder humano más allá de lo imaginable, frente al cual la realidad no humana es un mero recurso a su servicio…incluso los seres humanos son considerados “recursos” que pueden ser útiles o descartables.
Frente a este paradigma respondemos que el mundo que nos rodea no es un objeto de aprovechamiento, de uso desenfrenado, de ambición ilimitada, arguyò.
“La Iglesia ha advertido el problema y no ha quedado pasiva, sino que ya está desarrollando un conjunto de redes pastorales para hacer frente al poder ilimitado y destructivo de un modelo económico sin conciencia ética. con propuestas y acciones territoriales y temáticas para el cuidado de la Casa Común. De este modo, podemos mencionar las redes que gestiona el CELAM, en alianza estratégica con diversas organizaciones e instituciones, como son: la REPAM, la REMAN y, en nuestro caso, la Red Eclesial (REGCHAG)”, reflexionó.
Finalmente, sobre la pregunta de cómo los católicos pueden contribuir en el combate a la crisis climática, Mons. Martínez nos recuerda que el Papa Francisco hace un llamado a que tomemos conciencia de la gravedad del problema climático y a poner todos los medios que están a nuestro alcance para actuar en consecuencia según nuestra capacidad y posibilidades, pero es necesario avanzar en el cuidado de la casa común, comenzando por el ámbito de la familia, del vecindario, de la comunidad, del municipio.
“Son necesarios gestos y acciones concretas que, aunque pequeños, colaboren de manera constante y perseverante en la dirección de la corresponsabilidad”, finalizó.